"Un hombre atractivo es aquel que está cómodo en su propia piel, que sabe a dónde va y disfruta del camino para llegar hasta allí"
Esta frase la saqué de un podcast en el que entrevistaban al Dr. Robert Glover. Él se dirige principalmente a un público masculino y, cuando habla de atractivo, no se refiere a un atractivo superficial para atraer más parejas sexuales, sino al tipo de cualidades que debes atesorar para convierte en alguien que la gente quiere en su vida.
La frasesita me dio para pensar un buen rato. Conseguir eso que se puede resumir tan alegremente en unas pocas palabras puede llevar una vida entera de trabajo y reflexión.
Y todo empieza por mirar honestamente dentro de ti.
Cuando no estás a gusto con la persona que eres admites el mal trato de otros y eres descuidado con tus palabras y acciones, porque en lo más profundo de ti piensas que es lo que te mereces.
Sentirnos cómodos en nuestra propia piel no sucede de forma repentina por una gran acción que marque la diferencia. Quizás sea más fácil entenderlo como la suma de muchas pequeñas acciones sostenidas en el tiempo que son beneficiosas para nuestro yo de hoy y juegan a favor del yo que nos gustaría ser mañana.
Si no acabas de sentirte bien contigo mismo, puedes empezar el cambio solucionando uno de los múltiples problemas que se te amontonan total o parcialmente. Uno lo suficientemente pequeño como para que te comprometas a hacerlo. Quizás ese pequeño paso adelante se llame procesar 2 o 3 facturas cada día de un taco enorme, o hacer la cama todos los días porque tu habitación da asco. Soluciona ese pequeño problema, consolida el hábito y vete a por lo siguiente.
A medida que pones tu vida en orden empiezas a ver cómo tu entorno lo nota y te lo comunica directa o indirectamente. Puede que sea en forma de unos padres que confían en tu criterio para tomar decisiones importantes, estabilidad con tu pareja o reconocimiento profesional. Oportunidades que parecían esquivas empiezan a caer de tu lado y tu mejor desempeño genera validación externa, que refuerza la idea de que estás yendo por buen camino.
Deja de frustrarte por la comparación con un ideal inalcanzable desde tu posición actual. Si te esfuerzas cada día en ser un poquito mejor que ayer acabarás llegando a un punto en el que estés a gusto con lo que eres y no necesites ponerte una máscara para interactuar con el mundo.
Ponerte en marcha es fundamental, pero saber que vas hacia el lugar correcto es clave para dar significado al sacrificio diario.
Hace unos años viví un período muy gris después de finalizar contrato en mis primeras prácticas tras acabar la carrera. Tuve que volver a casa porque no tenía dinero para mantenerme en Vigo y poco después terminó la relación con mi novia de aquel entonces. Los meses fueron pasando y mis esfuerzos para encontrar trabajo no encontraban recompensa. Ese invierno fue muy duro. En un pueblo pequeñito de Ourense que entre semana apenas tiene gente por la calle, con una herida abierta y con la frustración constante de sentirme inútil e invisible para el mercado laboral.
Para poner remedio a mi situación pedí ayuda a mis padres para estudiar un máster en Madrid y abrirme puertas. Lo malo es que era bastante caro y suponía un gran esfuerzo económico para ellos, pero tuve la suerte de conseguir un trabajo casi de inmediato para ayudar a pagarme la vida y quitarles presión.
Trabajaba por las mañanas en una ONG parando gente por la calle para que se hiciesen socios. Los típicos chavales que te encuentras por todas partes con la carpetita. Lo compaginaba con las clases del máster por la tarde y los fines de semana estudiaba para los exámenes y me ponía al día con los entregables.
En esa época descubrí que en diciembre hace mucho frío en Madrid. Cuando entraba a trabajar a las 9 venía del metro con el cuerpo caliente, pero con el paso de las horas el frío te cala. Recuerdo que tuve que pedir a mis padres algo de dinero para unas botas y unas medias para que no me entrara tanto frío por los pies. También descubrí lo duro que puede resultar que te digan que no cientos de veces al día, cada día de la semana. Quienes me conocen personalmente saben que sigo llevando una pulsera de la ONG. Es un recordatorio de que, aunque las cosas se pongan difíciles, se puede salir de ahí.
Cuando entiendes para qué te estás esforzando eres capaz de soportar casi cualquier situación a la que te tengas que enfrentar, pero todos aspiramos a mejorar nuestra posición y con ello nuestra calidad de vida.
Funcionar a base de fuerza de voluntad no es sostenible a largo plazo.
Quizás la forma más sencilla de saber si estamos disfrutando del camino es que nos despertemos con una actitud positiva hacia el día que tenemos por delante.
Cuando estamos muy enfocados en un objetivo relevante tendemos a descuidar las cosas estables que damos por sentado. Como estamos cansados nos saltamos el gimnasio, consumimos contenido intrascendente en vez de ponernos con un buen libro, pasamos menos tiempo de calidad con nuestra pareja y vemos menos a nuestros amigos y familia.
Paradójicamente, son estas pequeñas cosas las que te permiten recargar las pilas para que puedas dar lo mejor de ti en ese proyecto tan importante. Mantenerte en forma hace que soportes mejor la alta exigencia de tus compromisos, leer un buen libro puede ayudar a que no seas un plomazo y solo hables de tu trabajo cuando socialices, sentirte conectado a tu pareja te da ese soporte emocional tan necesario cuando estás sometido a gran estrés y pasar tiempo de calidad con tu familia y amigos es la mejor manera de asegurar que te mantienes cuerdo, porque ellos suelen ver antes que tú si hay algo que no funciona.
Desgraciadamente he tenido que aprender esta lección por las malas. He fallado a personas que quería por no ser capaz de encontrar mi ritmo. Me he agotado. Y despertarme cada mañana ha sido muy difícil.
Por eso siento que tengo la responsabilidad de ser capaz de encontrar espacio para cuidar de mi mismo y asegurar que me queda energía para cuidar de los que más quiero. Siempre. Da igual lo importante que pueda parecer ese proyecto profesional.
Porque la cercanía se demuestra con hechos, no con palabras.
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